martes, marzo 11, 2008

El arte de callar

Reflexión profunda de autor desconocido que nos inspira en el silencio.

Muchas veces basta una mirada. Una mirada sostenida. Tus ojos sobre los ojos del otro.

Adivinar el significado de los brillos. Leer el futuro inmediato más allá de la pupila. Quieres decir muchas cosas, pero sostienes las ganas. Aprietas los labios. Permites que las ideas circulen sin que salgan al exterior.

Alargas el espacio entre las preguntas y las respuestas. Dejas que los músculos se dibujen en el rostro. Esperas una señal de alerta.

Mantienes las respiración. Piensas que el otro también piensa. Analizas. Esperas.

La economía de las palabras es una virtud que no es exclusiva de las monjas de clausura. Es un juego que practican los que saben hacerse los locos. Lo que entienden que no todos los interrogantes necesitan una respuesta. Que la solución no siempre llega al abrir la boca.

¿Por qué decirlo todo? ¿Por qué no conservar en el interior una dosis de lo que se piensa? ¿Por qué no convertir en secreto algunas de las ideas que hacen su aparición sin previo aviso, al menos con la ilusión de que el tiempo las madure y las transforme en ideas más duraderas? ¿Por qué no entender, de una vez, que la palabra jamás logrará ser tan rápida como el cerebro? ¿Y que no todo lo que cruza por la mente puede convertirse en palabras?

Entender que también se puede hablar con el gesto. Que el silencio a veces grita.

Se guarda silencio en los hospitales, en las salas de velatorios, en los actos solemnes... Se guarda silencio por pudor, por respeto, por dolor... Se guarda silencio por el dolor que es incapaz de convertirse en llanto. Silencio cuando el llanto se agota, y agota al que llora.

Habría que aprender a callar sin otro motivo que la propia voluntad. Callar para escuchar. Callar para mirar. Callar para aprender. Callar para callar. Callar para convertir el silencio en un cómplice. Para saber si el silencio existe.

Callar, porque no todo lo que nos conviene escuchar nos lo dicen al oído, con la intimidad de una confesión, con el volumen de un grito, con el acento de las grandes revelaciones.

Callar, para comprender que el silencio es el antifaz de los sonidos más hermosos.

Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra (Clemenceau)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantan tus textos Rafael! Llevo un rato leyendolos y no puedo parar! jeje me encantan las frases y las reflexiones tan bonitas que tiens por aqui. Me pasare mas a menudo!
Enhorabuena!
Cristina