miércoles, mayo 16, 2007

Siempre hay una oportunidad

Cuando las cosas van mal, cuando los astros parecen haberse alineado contra nosotros, cuando la divina providencia parece haberse vuelto adversa, cuando la "mala suerte" ha llamado a nuestra puerta, será la mejor oportunidad que hayamos tenido.

Como sabéis, hace unas semanas, fui despedido de mi empresa, tras haber puesto todas mis ilusiones en la que parecía mi casa, rodeado de buenos y grandes compañeros, y donde los proyectos de carrera parecían idílicos. Aquella empresa parecía una tierra fértil donde sembrar las semillas del éxito.

Pero un aciago día fui llamado a una sala, y de forma traicionera sin ética alguna fui despedido de manera fulminante. Las razones fueron absurdas e infantiles, y el ejecutor, por supuesto, no era el culpable, sino un mero instrumento o títere.

El éxito puede germinar de dos semillas: la del buen hacer o la del camino fácil. De la primera germinará un árbol duradero lleno de frutos. De la segunda germinará una mata que dé frutos pero que dura una sóla temporada.

Lamentablemente, en esta empresa (y creo que en muchas) hay semillas de este segundo tipo. Las cultivan personas que invierten la mayor parte de su energía y de su tiempo en vigilar a los demás, y terminar expiando sus propios errores, deficiencias y carencias en inocentes víctimas. Son vampiros que se alimentan de esa sangre llamada "éxito" que poseen las personas con talento. Son personas que viven en la melancolía de un mundo vacío, que llenan de falsa opulencia para su propio regodeo, que viven del miedo originado por ellos mismos porque desconfían incluso de sí mismos, que piensan que cualquier debilidad o descanso servirá para que el adversario se apropie de sus conquistas. Son criaturas que sacrifican a los mejores profesionales, por temor a una competencia seria o a que pongan en evidencia su incapacidad e inutilidad. Son seres que se consumen en su propia inmundicia, víctimas de ese mundo que han generado y del que no saben salir, como un drogadicto enganchado a esa droga llamada "éxito fácil". Y verdaderamente es así, pues necesitan cada vez más dosis de esa droga, que les priva de la orientación en la vida, que les sumerge en una irrealidad aparentemente placentera que les evade de una realidad que aborrecen, y que no se dan cuenta de la destrucción que les está causando a ellos mismos y a los seres que están a su alrededor. Esta droga les consume el espíritu a cambio de dosis rápidas de placer. Y cada vez necesitan más y más, hasta que un día se ven completamente solos, o utilizados para sucias manipulaciones de seres sin escrúpulos, y se dan cuenta, demasiado tarde, que todo lo que amaban lo han destruido, y que sus seres más queridos los han abandonado. Sólo les queda esperar la muerte más dolorosa y agónica.

Es frecuente ver cuán parejos están el crecimiento de la miserabilidad espiritual del crecimiento de las riquezas materiales.

Pero me he alejado el propósito de mi reflexión, pues no quería hablar ni darles importancia a estas personas, que lejos de envidiarlas o de odiarlas, me dan lástima y me llevan a una profunda compasión, pues el efecto de su degradación progresiva es feroz cual cáncer, y el final es terriblemente dramático. A pesar de ello, me conmueven y siempre tengo la esperanza de que estos "éxitoadictos" puedan desengancharse y rehacer su vida, reparando la devastación que han provocado.

El asunto de esta reflexión arranca desde el momento de mi despido. Lejos de desesperarme, sentí una gran liberación y alivio, pues se habían descargado de mis hombros una agónica carga de trabajo y de responsabilidades. Lejos de lamentarme, de buscar culpables o de sentirme culpable, acepté los hechos y pasé página rápidamente. Lo primero que hice fue dejar de pensar en los hechos y en cómo me iban a afectar, pues de hacerlo, estaría declarando una profecía que sin duda se cumpliría indirectamente por darle esa importancia.

A continuación me puse en contacto con todos mis amigos comentándoles las situación, y pidiéndoles el favor de si se enteraban de algo, que me lo comunicaran. Acto seguido, actualicé mi currículum y me puse a barrer todas las ofertas de trabajo que estaban activas en ese momento.

La respuesta fue sorprendente, y desde el primer día ya contaba con entrevistas. Mis amigos movieron mi currículum por sus empresas o en empresas de amigos. Y raro era el día en que no tuviera dos o tres entrevistas.

Con la ilusión del primer trabajo y olvidándome de mi despido, acudía a las entrevistas, con ilusión y la seguridad de un profesional con más de veinte años de experiencia. Y esa actitud fue la que me abrió todas las puertas, pues esa seguridad, esa alegría, esa paz interior y esa espiritualidad equilibrada se perciben con un sexto sentido que es más poderoso que el gusto, el oído, la vista, el olfato o el tacto, pues se siente en el alma.

¿El resultado?. Sólo tardé una semana y media en volver a trabajar, y además tuve que rechazar bastantes ofertas seguras.

Cuando me despidieron estaba seguro de que tenía ante mí una nueva oportunidad de seguir mi vida, y de una manera mucho mejor. No puedo cambiar lo ocurrido, al igual que un árbol no puede volver a tener la rama que el rayo le ha sesgado. Aceptando las circunstancias, lo mejor es continuar a pesar del dolor, y con ánimo y afán tratar de evolucionar, de ser más fuerte, de superar las dificultades, de mejorar, y de sobrevivir.

La verdad que el despido fue lo mejor que me podía pasar. Por un lado, sé que mi presencia en mi anterior empresa fue muy importante y beneficiosa para los proyectos en los que estaba trabajando. Por otro lado, sé que mi ausencia también ha sido muy importante y se ha notado mucho. Por último, he encontrado un lugar para trabajar mucho más tranquilo y sosegado, en el que el horario se suele respetar (con lo cual tengo más tiempo para mi familia y mi ocio), en el que tengo menos responsabilidades y en el que no hay (por lo menos hasta ahora) "éxito-adictos".

He salido ganando, y no por suerte. Podía haberme lamentado y lamerme las heridas que me infligieron, de acusar a diestro y siniestro. Podía haber caído en la autocompasión, en ser pasivo, en llorar, en quejarme y en perder el tiempo en preocupaciones que no llevan a ningún sitio, salvo a un callejón sin salida en el que estrellarme una y otra vez. Ha sido mi actitud y mi voluntad la que han conseguido ese milagro.

Espero que esta experiencia que comparto con vosotros, queridos lectores, pueda ser instructiva y repetible en otros aspectos de vuestras vidas.

No hay comentarios: