jueves, diciembre 21, 2006

Jana

Hoy he tenido la suerte de ir por primera (y quizá por última) vez a una función de teatro de mi hija, con motivo de la Navidad. En una humilde aula se creó un escenario con papel y cartón, que los niños y las madres realizaron con ilusión y con amor. Crearon su propio vestuario, acorde a los personajes que interpretaban.

Podría contar la obra y todo cuanto sentí en esa obra que tan bien realizaron, y ese orgullo de padre al ver a su hija en ese escenario. Pero esta historia no va sobre mi hija, si no sobre una amiga suya: Jana.

La obra la realizaban dos clases de parvulario (3 y 4 años). Tras concluir su parte la clase de mi hija, todos los niños estaban entusiasmados por esa representación, y que sus padres los colmaran de besos y fotografías... excepto Jana.

Jana lloraba, y miraba constatemente hacia atrás, buscando a sus padres. Por mucho que intentaran sus compañeros, otras madres o incluso la maestra, Jana no podía perdonar que sus padres no hubieran venido.

Jana se había esforzado mucho en esa obra de teatro, y quería que sus padres hubieran ido, y se sintieran orgullosos de ella, al igual que el resto de sus compañeros. Pero sus padres le habían fallado.

¿Qué hubiera costado a tan sólo uno de ellos el poder asistir a esa obra?. ¿Qué clase de padres son que, tan sólo un día al año, un día muy especial, poder tomarlo libre o faltar tan sólo un rato por la mañana en el trabajo?. Si para algo tan fácil, tan sencillo y tan pequeño fallan, ¿qué no harán en algo más importante?.

Mientras escribo estas líneas no se me quita de la cabeza esa mirada vidriosa de Jana: una mirada llena de rencor y de odio. Y yo reflexiono: si fallamos a nuestros hijos desde el principio, no nos debería extrañar que ellos nos fallen en el futuro.

Rafael Hernampérez

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