lunes, noviembre 20, 2006

Adiós, vida, adiós

Hace menos de una hora (a las 6:30 de la mañana) he recibido una inesperada llamada de teléfono. Era mi amiga Esther. Su hermana había fallecido. Contaba con sólo 26 años, pero su vida estaba vestida de luto desde hacía muchos años cuando, siendo apenas una niña, una tragedia desgarró su alma y sentenció a muerte a una inocente niña con toda una vida por vivir.

La crueldad de una maestra marcó para siempre esa vida inocente, y una simple burla que, públicamente, secundaron todos los niños de su clase, provocaron en ella una fuerte shock y un trauma de por vida.

No recuerdo bien el nombre de esta enfermedad. Sólo recuerdo sus síntomas. Vivía siempre encerrada en su casa, con un eterno y terrible miedo. Tenía miedo de cualquier ruido, conversación, risa o comentario que se escuchara a través de las paredes, desde el exterior de su casa. No podía salir de su casa. Y cuando lo hacía acompañada, lo hacía con pavor. Siempre veía ofensas, insultos, malas miradas de todo el mundo. Vivía en un mundo marcado por ese eterno miedo que aquella cruel maestra sentenció.

Recuerdo cuando iba a su casa. Una chica tímida, encerrada en su mundo. Un chica que seguramente tuviera encerrado en su corazón a un ser lleno de amor, de espiritualidad; un probable genio que hubiera mejorado este mundo. Un ser con unos inquebrantables barrotes en su mente, desde los cuales se sentía segura. Un ser que apenas reía, que incluso temía a su propia familia o a las pocas visitas que iban a su casa. Se encerraba en su habitación y no quería salir. Dormía y dormía, porque en el sueño inducido por los fármacos encontraba un lugar de paz que acabaría al abrir los ojos.

Cuando he recibido la noticia cuesta creer que un ser tan joven e inocente se vaya. Aunque, reflexionando un poco te das cuenta de que otros que has conocido se han ido con mucha menos edad, siendo apenas un bebé. Te das cuenta de que estamos condenados a morir, que cada día que pasa es un día menos para ese aciago final. Te das cuenta que la vida es un breve tránsito que acaba en cualquier momento, en cualquier lugar, y que le llega a cualquiera, sin importar su edad, su dinero, su fama o su persona.

A unos les puede doler mucho la muerte. A todos nos duele que nos dejen, porque esa compañía, ese cariño, ese amor, ese calor, esa cercanía, se esfuma de repente y tienes que aprender a andar sin ese apoyo. Parece que te quiten de repente el aire, y que desesperadamente necesitas nuevo aire.

Que Esther me perdone si las siguientes palabras le puedan doler u ofender. La muerte no es querida ni deseada por nosotros, los vivos. No la conocemos y nos da miedo. Pero creo que a su hermana le ha liberado de una muerte peor: la muerte en vida. Sí. Muchos de nosotros estamos vivos porque respiramos, pero estamos realmente muertos. No vivimos realmente. Andamos por esta vida trabajando y perdiendo el tiempo. Otros, como su hermana, estaban condenadas a una cárcel de sufrimiento, de dolor y de miedo. Por eso creo que ha sido una liberación. Y por ello debemos superar su falta, y regocijarnos alegremente porque ha salido de esa cárcel y ya no sufre sus tormentos.

Hemos de aprender la lección. Personas como ella nos enseñan con ejemplos cuál es el camino a seguir en esta vida. El camino de vivir, de disfrutar cada momento, de ser felices en las peores circunstancias, de ser buenas personas, de hacer el bien al prójimo, de salir de esos barrotes y ser libres. La vida, al fin y al cabo, es un breve lapso de tiempo que dejamos escurrir entre nuestros dedos mientras hacemos otras cosas que no tienen ninguna importancia.

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