lunes, octubre 16, 2006

El viaje

El último puente de la Hispanidad lo disfruté en compañía de mi familia y de mi madre en Tarragona, una extraordinaria tierra de buenas gentes, buen yantar, cuidadas playas e increíbles paisajes.Para tan especial ocasión llevé conmigo un GPS de última generación y, para evitar sorpresas, dos programas GPS distintos, por si la cartografía de uno era insuficiente. Y para mayor aventura, elegí evitar los peajes para ahorrarme un dinerillo y conocer lo que las autopistas esconden al otro lado de sus cunetas.

El día 12 de Octubre, con dirección Noreste, la autovía hacia Zaragoza fue sin problemas. Al llegar a la ciudad de la Pilarica, y tras pasar un ingente polígono industrial, la autovía comienza a ser de peaje rumbo hacia Barcelona. El GPS me indica a tiempo el desvío hacia la antigua carretera nacional, que en su día fue la arteria que unía Madrid con Barcelona, pasando por Lleida. Atrás quedan las comodidades de los carriles en abundancia, curvas casi inexistentes o poco pronunciadas, las protecciones de los quitamiedos, la frecuencia de las estaciones de servicio con todo tipo de mercancias, alojamientos y chiringuitos donde comer un miserable bocadillo a precio de oro.

La carretera ahora es de doble sentido, muy poco transitada, acaso algún camionero que evita un abusivo peaje diario. La carretera está bien, pero uno debe prestar mucha más atención a la conducción, pues hay más curvas, y éstas son más cerradas, con alguna que otra cuesta o algún que otro traicionero cambio de rasante. Los pueblos son muy distantes, y el paisaje lóbrego y yermo, típico del árido monte.

Tras muchos kilómetros de soledad atravesando tan desiertos parajes, el GPS me desvía hacia Serós y hacia Maials, preciosos pueblos lleidenses, que te reciben con sus antiguos edificios de barro y de piedra. El paisaje, como por arte de magia, empieza a transformarse, tornándose cada vez más verde, exuberante, montañoso y boscoso. Entre Maials y Flix, disfrutamos de cada curva que cambia por completo la vista. En Flix paramos para almorzar unos abundantes y copiosos bocadillos, con carne de la tierra, y un pan bendito que deben haberlo hecho en algún templo bendecido. Viandas muy lejanas en cuanto a coste (mucho más económico), cantidad (mucha más) y calidad (ni comparación) a la de las estaciones de servicio de las autopistas.

Una vez repuestas las energías y descansados los cuerpos y mentes, estos viajeros suben al automóvil, con la sorpresa de encontrarse un GPS averiado que no detecta ningún satélite. En mala hora tan innovador invento decide traicionar a estos viajeros, en mitad de un paraje inhóspito y sin conocer la ruta de destino. Ni cambiando de software ni moviendo el GPS arriba o abajo, el maldito invento no consigue capturar satélite alguno, dejándonos perdidos.

Pero este viajero confía en que el GPS logrará captar la señal de algún satélite, aunque la densa capa de grises nubes y lo solitario del lugar, parecen condenarnos al abandono más absoluto. Este viajero pone el vehículo en marcha, en dirección hacia donde el condenado invento puso su ruta, pasando por Ascó y la impresionante central nuclear junto a las aguas del río Ebro. En un parador cercano, este viajero detiene el vehículo, sin conseguir detectar ningún satélite e impresionado por el paisaje de los colosos de piedra que se alzan a su alrededor, el paso del río Ebro, y la impresionante nube de vapor escupida hacia el cielo por una colosal chimenea de hormigón. Estos viajeros aspiran el aire puro, rellenan sus viciados pulmones de ciudad, se dejan poseer por la quietud y la paz de aquel paraje.

Tras un rato de paz, vuelven a emprender el camino siguiendo el curso del ancho y caudaloso Ebro, llegando a Falset, el primer pueblo de considerable población, con una mezcla de antigüedad medieval y modernismo vanguardista, una población que va rompiendo su tradición para llegar poco a poco a la modernidad del Siglo XXI, resistiéndose a quedarse en el olvido como muchos otros pueblos de esta nuestra querida España, y de esta nuestra querida Catalunya.

Con el instinto del viajero, y un GPS sin funcionar, comienzan a aparecer señales tras muchos kilómetros de abandono en la desierta carretera. Este viajero pone rumbo hacia Tortosa, hasta que llega a un cruce en el que duda. No sabe si ir hacia Tortosa o hacia Reus. Por instinto, decide ir hacia Reus, donde encuentra otra señalización que le envía hacia Cambrils, que está muy cerca de su destino. A pesar de tan importantes poblaciones, el paisaje no deja de ser hermoso, a pesar de estar en la falda de la montaña, y no en la montaña misma.

Por fin se llega a Cambrils, y tras preguntar, como todo viajero que pierde el rumbo, consigue atisbar Mont-roig del Camp, un antiguo pueblecito en la escarpada falda de una montaña, con una iglesia de piedra muy antigua, de empinadas y estrechas calles, rodeada de de maleza y bosques. Son las tres y media del mediodía. Estos viajeros iniciaron su viaje a las seis y media de la mañana. Aún no han alcanzado definitivamente su destino. Tras preguntar a las buenas gentes de Mont-roig del Camp, estos viajeros salen del pueblo tomando una carretera. Tras varios kilómetros consiguen llegar a Terres Noves, una urbanización de apartahoteles, rodeado de bosques, cotos de caza y campos de golf.

Tras un merecido descanso, estos viajeros deciden pasar la tarde-noche en Cambrils, empapándose del salitre del mar, de su cuidada playa, su enorme puerto y de sus encantadoras calles que rezuman alegría y bienvenida a los viajeros. En una calle a espaldas del puerto, entran en un restaurante donde una calurosa bienvenida y una exquisita cocina tradicional deleitan el regocijo de estos viajeros. Opulentas carnes a la brasa, finos y sabrosos pescados, y, por supuesto, la más tradicional y exquisita crema catalana.

La mañana del 13 de Octubre se pasa disfrutando de la extraordinaria playa de Salou, con su ingente paseo marítimo repleto de palmeras, casas señoriales, zonas de ocio de todo tipo, arena fina y blanquísima, urinarios desplegados por todas partes, canalizaciones para la subida de mareas, verdes parques y un sin fin de servicios.

La tarde y la noche se pasa nuevamente en la encantadora y acogedora Cambrils, degustando pescado frito en una terraza junto al puerto. A pesar de haber llovido varias veces durante el día, la noche es buena y acogedora.

En la mañana del 14 de Octubre, estos viajeros se dirigen hacia Tarragona. El GPS sigue sin funcionar, y la jornada se presenta desesperante ante el agobio de tráfico, y los problemas de falta de aparcamiento, a pesar de multitud de zonas azules. Se pierden ante la maraña de calles, semáforos y glorietas. Por fin descubren un camino hacia el casco antiguo, un lugar digno de ver. Pero allí no hay aparcamiento alguno, y terminan atravesando en una urbanización que les lleva a una desértica y pequeña playa. Al final de la misma está el club náutico. Allí se detienen para desayunar, sopesando tan aciaga aventura.

Salen de Tarragona, con dirección hacia Tortosa. En el camino el GPS resucita. El motivo de su malfuncionamiento es debido a un mal contacto en la clavija (no es inalámbrico). Esto ocurría llegando a Reus, donde el GPS les avisa que para Tortosa faltan más de 80 kilómetros.

Los viajeros desisten de tan largo viaje y ponen rumbo hacia Miami Platja, pasando por Cambrils y Mont-roig Mar. La carretera costera atraviesa el pueblo, pero paralela a ésta la acompaña la vía del tren, y no hay pasos por dónde cruzar. Al dar la vuelta, consiguen ver un acceso que cruza por debajo el metálico camino. Es la entrada Norte, y aquí el nivel es muy superior al del mar, alzándose verticales acantilados. Los apartamentos tienen calles que entran y salen con respecto a la calle principal interna, también paralela a la vía del tren. Por esta calle se entra a calles que rodean los apartamentos, casi como un golfo o forma de U, para volver nuevamente a la calle principal. Durante varias entradas y salidas, en algunos de estos pequeños cabos, al pie hay pequeñas calas, accesibles mediante empinadas escaleras que van desde los apartamentos. Al final, hay un acceso a una gran playa, mediante una calle de un único sentido.

Allí se respira tranquilidad. La playa es enorme y apenas está concurrida. Los viajeros deciden comer allí, al pie de la misma, en un chiringuito muy bien adaptado y con una gran variedad de platos típicos. La acogida es buena. La comida también, pues es muy abundante y de gran calidad. La brisa marina y el cálido sol que ilumina la playa desde un cielo raso y limpio amenizan el ambiente. Estos viajeros descansan de sus viajes, llenándose de luz y de paz interior.

Para bajar la comida pasean de un lado para otro por el paseo marítimo, apenas concurrido, recogiendo dátiles caídos de las palmeras. La pequeña viajera, de cuatro años de edad, se divierte en el parque, al igual que hizo el día anterior en los diversos parques de la playa de Salou, y en el parque de los apartahoteles de Terres Noves.

En el día 15 de Octubre se levantan temprano para hacer el equipaje y volver, a su pesar, hacia Madrid. Desayunan y dirigen el vehículo hacia Mont-roig del Camp, y allí se aventuran viajando por una carretera que va directamente hacia Falset. Aquella estrecha carretera está bien pavimentada y remonta pesadamente las montañas, ascendiendo a través de sus tupidos y espesos bosques. Aquella carretera está repleta de retorcidas curvas, que hacen reducir constantemente el vehículo a segunda, entre 25 y 45 kilómetros a la hora, descubriendo, poco a poco, el abismo que se cierne bajo las ruedas del vehículo.

Aquella carretera no es apenas transitada. Sólo aventurados viajeros, algún ocasional habitante de aquellas montañas y algunos ciclistas osan retar la grandeza de aquel abrupto paisaje. A ella se encomiendan, recibiendo a cambio la hermosura de la naturaleza virgen y salvaje, inhóspita y dueña de su popio territorio. Allí se siente paz en cada pino, en cada encina, en cada arbusto, en cada flor, en cada hoja.

La carretera pasa por Colldejou, Torre de Fontaubella, el Priorat y Marsà, ancianos pueblecitos testigos de siglos mudos y polvorientos, fríos y duros inviernos, verdes y agradables primaveras y otoños, despedidas de jóvenes hijos abandonando aquellas pedregosas piedras, aquellas casas hechas de adobe, ladrillo y piedra, que poco a poco quedaron a merced del olvido. Pero a pesar de aquellos fantasmas que transitan aquellas placitas y aquella solitaria y alegre carretera de efímeros viajeros, aún conservan su encanto y sus ganas de recibir a los cansados viajeros. Este humilde viajero recomienda a todos sus lectores recorrer tan reconfortador viaje.

El siguiente pueblo es Falset, y la vuelta hacia Madrid se hizo en el orden inverso al de la ida, asombrando nuevamente a estos viajeros. Si el viaje de ida fue gratificante, el viaje de vuelta lo fue aún más.

Este viajero llega a Madrid, y en su corazón hay una nostalgia por la aventura vivida en el viaje. Echa de menos aquellos verdes y exuberantes bosques, aquellas colosales e incólumes montañas, aquellos olvidados e intrigantes pueblecitos. Siente casi desprecio por su hogar, una mole de ladrillo y hormigón, en mitad de un bosque de hormigón y ladrillos, con infinitos caminos de asfalto e innumerables, ruidosos y contaminantes vehículos.

Este viajero analiza todo lo vivido y lo ve desde otra perspectiva. Dimensiona cada detalle y empieza a valorar la vida desde otro punto de vista.

Nuestra vida es un viaje a través de intrincados caminos. La mayor parte de los hombres prefieren utilizar las cómodas y rápidas autopistas, pero costosas por los peajes y los escuetos servicios que ofrecen.

Las autopistas son el símbolo de la modernidad, del fugaz y desenfrenado viaje. Las autopistas condenan al olvido y a la miseria aquellos pueblos que en su día estaban repletos de niños y de pequeños negocios que invitaban a la compañía, al diálogo, a las relaciones humanas. Pueblos que han sido relegados al abandono y a la soledad en pos de la prosperidad de las multinacionales del petróleo y de las franquicias de la comida basura.

Preferimos una vida sin preocupaciones, avanzando por autopistas desenfrenadas que nos obligan a viajar rápido y a no ver más allá de las cunetas. Elegimos una vida en la que no deseamos parar y llegar cuanto antes a nuestros destinos. Siempre con prisas. No nos detenemos ni siquiera para ayudar a alguien que se queda averiado en el camino, o que ha sufrido un accidente.

Olvidamos, asimismo, que más allá de esas cunetas hay un mundo mucho más grande por descubrir, mucho más beneficioso para nuestra salud. Un mundo interesante que nos abre los ojos a muchas más posibilidades. Por que, al fin y al cabo, nosotros somos también parte de ese mundo que condenamos a su lenta y agónica muerte.

Nuestra vida también está dirigida por un GPS. En él confiamos todo, y nos olvidamos de los problemas. Pero el GPS también falla y se avería. No es una máquina perfecta. Y cuando esa máquina nos deja tirados, ¿qué hacemos?.

Ese GPS suelen ser una persona en las que volcamos toda nuestra confianza. Creemos que nunca nos va a fallar. Pero también falla. Y cuando falla nos sentimos perdidos. No sabemos qué hacer. No nos atrevemos a avanzar por miedo a equivocarnos. Nos hemos acomodado a que nos lo dén todo hecho y solucionado. No sabemos vivir sin nuestros GPS.

Como apuntaba al principio de esta reflexión, la vida es un interesante viaje. Un viaje propio, individual y único. En ese viaje fijamos los destinos de cada día. Hay quienes realizan siempre el mismo viaje, día tras día. Termina siendo monótono y aburrido. Hay quienes realizan sus viajes por veloces autopistas, en las que llegan muy rápido. Pero esa velocidad termina quitándole duración a nuestro vehículo, y a esa velocidad olvidamos que hay otros caminos. Las autopistas nos hacen vivir estresados, preocupados del tiempo y de hacer cada vez más en menos tiempo. Nuestro vehículo termina desgastándose también mucho más rápido, y no disfrutamos del viaje.

Lo trepidante es enemigo de la vida, porque vivir rápido es sinónimo de morir joven. Puede que uno llegue a vivir muchos años viviendo muy deprisa. Pero, ¿qué ha conseguido vivir? ¿Qué ha conseguido disfrutar? ¿Qué ha conseguido realmente en esa vida tan fugaz que realmente merezca la pena haber sido vivida?

Creo, sinceramente, que es recomendable tomar caminos que no nos atrevemos a tomar, que no teníamos en mente, o improvisar rutas fuera de esas desenfrenadas autopistas. Ir sin prisas, sin estrés, viajar tranquilamente sin preocuparse de un reloj. Viajar poniendo atención a las dificultades de esa carretera que tiene tantas curvas, y que vemos como problemas, dirigiendo nuestro vehículo lentamente, con seguridad. Pero, lo mejor de todo, disfrutar de cada metro avanzado, porque en cada metro encontrarás un hermoso paisaje, distinto al anterior, que te llenará de paz interior y de felicidad.

Recuerda que la vida es un viaje, y que cada día estarás en un lugar distinto. Un día tendrás sol, al otro lluvia, tormenta, nieve, sequía o inundaciones. Creo que el secreto de una vida feliz es intentar disfrutar todos los días de ese viaje a pesar de las circunstancias, y que todo lo que ocurra ha de ser aceptado, ocupándote en todo momento para no tener un fatal accidente.

Sé feliz, aquí y ahora.

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