sábado, julio 15, 2006

¿Merece la pena?


Ayer recibí, por sorpresa, una llamada en la que me ofrecieron el trabajo que toda mi vida estuve esperando, el sueño de tantos y tantos años de devoción, dedicación y trabajo. Una llamada que no esperaba, pues no estaba precisamente buscando trabajo, si no que alguien encontró mi currículum publicado en Internet, le interesó mi carrera profesional y me llamó para ofrecerme ese sueño, que sólo ocurre una vez en la vida de alguien.

Concretamente, me ofrecían un puesto como Director de Proyectos informáticos, para un importante banco con sede en Gibraltar. Tendría la responsabilidad de dirigir y promover a todos los niveles todos los proyectos de dicho banco, y con viajes a La India para gestionar las factorías de software. Obviamente, hablar, pensar y vivir en la lengua de Shakespeare (uno de mis sueños). El sueldo: 70000 libras anuales (unos 112000 euros, que se quedarían en unos 58000 euros libres de impuestos, unos 4830 euros mensuales (803.645 de las antiguas pesetas)). A esto añadir un seguro de vida extraordinario, otro seguro médico, 32 días laborables de vacaciones (mes y medio al año), un 25% de bono anual, acciones de la empresa, 250 libras (400 euros) para educación individual, y, aunque parezca mentira, fruta fresca y bebidas durante toda la semana, y desayuno completo cada viernes.

Esta persona se puso varias veces en contacto conmigo, y yo le dije que estaba interesado, pues era uno de mis sueños y lo tenía ahí: al alcance de mi mano. No me lo podía creer. Estaba nervioso, impaciente, inquieto y emocionado. Todo estaba transcurriendo como si estuviera flotando, como si de verdad estuviera soñando.

Casi no he podido dormir esta noche. He dado muchas vueltas en la cama, imaginándome en ese puesto, lo que podría hacer, lo que podría decidir, lo que podría dar de mí, qué innovaciones crear, qué metodologías de gestión de proyectos implantar, qué tratos tendría con las personas más importantes del mundo financiero....

Hoy quería ir a Madrid, concretamente a un bar en el que se realizan intercambios entre personas de habla hispana y de habla inglesa. Quería practicar mi inglés para la entrevista de esta semana. Pero algo cambió mis planes.

Cuando me disponía a salir, sin pensarlo ni meditarlo, improvisé, y le dije a mi mujer que se viniera con nuestra hija a Madrid a pasar la mañana. No dejaba de pensar en mi plan, pero de repente dejó de tener importancia.

Mientras viajábamos en metro, estuve jugando con la pequeña Nerea: unas arañitas (con las manos) que hacían cosquillas, una caja con sorpresa (usando las manos entrelazadas y moviendo el dedo corazón), adivinar qué nombre tenía cada uno de los dedos, o de los huesos del cuerpo humano, contar el número de estaciones, decir algunas palabras en inglés… Nerea reía a carcajada batiente, y las personas que iban en el tren reían con su contagiosa risa. Apenas tiene cuatro años y se la ve muy avispada y feliz.

Salimos en la Puerta del Sol. Vimos la estatua del oso y el madroño típica de Madrid, con una paloma de verdad en la copa del árbol, creando una curiosa mezcla de naturaleza urbana y naturaleza animal viva.

Entramos en los centros comerciales del centro de Madrid, comprando algún libro, probando perfumes, curioseando ropa, ordenadores, PDAs, televisores LCD y de plasma…

Nerea estaba animada, y al ver a la gente tomar refrescos en las terrazas, quería tomar un refresco para imitar a los mayores. Estábamos en la plaza de Callao, en plena Gran Vía de Madrid. Le dije:

- ¿Te apetece tomarte ese refresco en el restaurante del tío Carlos?.

Nerea se animó más, y, por supuesto, quería tomarse ese refresco en el restaurante Las Cuevas del Duque, el cual regenta mi hermano.

Nerea corría, tirando de nosotros con sus manitas Gran Vía hacia abajo, hasta llegar a la Plaza de España y empezar a subir la Calle Princesa, hasta el Palacio de Liria. Bajamos al sótano donde nos recibieron los olores del jamón ibérico, y los extraordinarios guisos de mi hermano. Corrió hacia su tío y le estampó un sonoro beso en la mejilla.

Tomamos el refresco, mientras degustábamos de un grasiento y exquisito jamón de bellota y de un sabrosísimo lomo ibérico embuchado. Nerea disfrutaba de las viandas como si no lo hubiera probado nunca, como si hubiera descubierto algo fascinante.

La vuelta no fue menos que la ida. Seguimos con los juegos, y tanto mi mujer como mi hija disfrutábamos de unos momentos inolvidables. Aprovechamos el momento, y el reloj parecía detenerse, y que nada más existía.

Me acordé de Alfredo, de Esperanza, de Carmen (Barcelona), de Rocío, de Daiana… todas esas personas a las que escucho, aconsejo, con las que comparto momentos de confidencias, de sentimientos, de tensión, de penas y alegrías. A todas esas personas a las que levanto el ánimo, a las que rescato de la desdicha y de la depresión, a las que insuflo un poco de esperanza, un poco de coraje para seguir luchando en la vida.
En ese momento lo tenía muy claro.

Puedo tener el mejor trabajo del mundo, el más remunerado, el más prestigioso, el que más me motive, en el que más puedo demostrar mis talentos… pero sin mi mujer, sin mi hija, sin aquellas personas a las que quiero, estaré vacío, no tendré nada.

Este trabajo me ocupará la mayor parte de mi tiempo. ¿Merece la pena sacrificar ver a mi mujer a mi hija por mi trabajo?. En mi trabajo actual, muchas veces no llego a ver a mi hija. En este nuevo trabajo puedo pasarme semanas, o incluso algún que otro mes.

¿Merece la pena dejar este blog para dedicarme al 200% en el trabajo con el que soñaba durante años?. ¿Merece la pena dejar de ayudar a tantas personas que necesitan tan sólo unas palabras de aliento, de reconocimiento, de ánimo, de sentirse importantes, de ser útiles?.

Mi labor no tiene precio, y voy a rechazar ese trabajo. Sé que lo que estoy haciendo es mucho más importante y tiene mucho más valor que un futuro profesional prometedor. Porque para mí, ahora, es mucho más importante las personas que todo el prestigio profesional que pueda obtener. Me satisface más el entusiasmo, la alegría, la felicidad, las sonrisas y el agradecimiento de esa gente que quiero. Prefiero disfrutar de esos momentos felices con esa gente, que perseguir un ambicioso sueño que me colmará de riquezas, de fama, de prestigio, de profesionalidad y de reconocimiento profesional, pero que seguramente me vaciará de espiritualidad, de amor, de amistades, de historias interesantes, de sabiduría de la de verdad y de disfrutar de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

enhorabuena, es usted un hombre de los pies a la cabeza, puedo ver cómo tiene claros sus principios y sus sueños, no ha rechazado un sueño, lo ha hecho crecer, pues ese sueño se ha hecho fuerte y es más vivo que antes, gracias a esas pequeñas cosas del día a día, una sonrisa de su hija, un "me alegro de verte!" de su esposa... esas pequeñas cosas hacen que la vida sea plena y que la vivamos con entusiasmo, afrontando cada día con una sonrisa.