martes, junio 27, 2006

Los colosos de piedra

Caminando y absorto en mis problemas, tropecé con una pequeña piedra. Caí de bruces y maldecí aquel inoportuno pedrusco. Curiosamente, aquella pequeña piedra creció poco a poco hasta convertirse en una pequeña roca. Asustado, me incorporé. Di tres pasos hacia atrás. La pequeña roca comenzó a crecer nuevamente hasta tener mi tamaño. Mi respiración se agitó, y comencé a ser presa del pánico.

De repente, la roca se movió hacia mí, mientras crecía más y más. Ahora tenía el tamaño de una pequeña casa. Retrocedí aún más, aterrado ante aquel extraño prodigio. Tras de mí, una pared rocosa detuvo mi huída. Un frío se apoderó de todos los miembros de mi cuerpo, y mi estómago se cerró dolorosamente. Una lágrima se desprendió de mis ojos, mientras la roca crecía más y más, y se acercaba más y más.

Mi cuerpo temblaba, y a aquella lágrima le sucedió otra, y después otra, hasta que mis ojos se convirtieron en un amargo y salado manantial. La roca que estaba a mi espalda comenzó a moverse hacia delante, empujándome hacia la primera roca. Mi pavor se convirtió en desesperación.

Huí hacia un lado, intentando escapar de las dos rocas. Las pequeñas piedras que había empezaron todas a crecer. Esto no podía estar pasándome a mí. ¿Por qué?

En poco tiempo, me encontré rodeado por un ejército de rocas de diferentes tamaños, no inferiores a mi propio tamaño. En aquellas moles se dibujaba tenuemente el rostro aterrador de un demonio que las poseía y que se reía amenazadoramente. Estaba siendo atrapado por un ejército de piedras, que me perseguían, cerrando toda vía de salida.

Comencé a correr, sorteando aquellas malditas rocas crecientes. Los huecos iban cerrándose, y aquellas corpulentas masas de piedra iban formando paredes, creando muros y obstáculos que impedían mi avance hacia la libertad.

Aceleré mi paso con la vana esperanza de salir de aquel infierno cuanto antes, o en espera de que ocurriese algún otro insólito hecho que me rescatase de aquella absurda situación.

Dejé de correr, y me detuve. Estaba cansado. Estaba desesperado. No podía más. Que fuera lo que tuviera que ser y que fuera lo que tuviera que pasar. Aquello debía solucionarse sólo. Al fin y al cabo, también se había creado sólo y yo no tenía culpa de nada. Simplemente fui víctima de quién sabe qué caprichosa broma del destino.

De repente, algo cambió. Aquellas rocas se detuvieron y empezaron a menguar. Sus colosos tamaños fueron encogiendo, y en poco tiempo sus tamaños fueron inferiores al mío. Las cosas volvían a su estado natural.

¿O no?. Mirando hacia abajo comprobé que aquellas rocas no estaban menguando. Era yo, quién estaba creciendo, ya que los árboles también eran pequeños, inferiores incluso a aquellos mini-colosos de piedra.

Llegó un momento en el que las rocas más altas no superaban la altura de mi rodilla. El problema estaba resuelto. Quise andar, pero no pude. Quise moverme, pero no pude. Mira hacia mi cuerpo, y mi cuerpo era de piedra.

MORALEJA: Los problemas son las piedras que hay en nuestro camino. Si les damos demasiada importancia, si pensamos sólo en ellas, magnificaremos su tamaño como si de un potente microscopio se tratara. La obsesión convertirá pequeñas piedras en ingentes y temibles colosos, nos derrumbaremos, nos desesperaremos y terminaremos luchando vanamente contra fantasmas y demonios inexistentes. Al final, el mayor de los problemas, el mayor de esos colosos de piedra, somos nosotros mismos, porque, en realidad, el problema somos nosotros.

No hay comentarios: