viernes, junio 02, 2006

Clarísima decisión

- ¡Papá! ¡Papá! ¿Por qué tienes que ir a trabajar?

Nerea, con sus graciosas coletas, me miraba con carita de pena.

- Porque con el trabajo pagas esta casa, la comida, la ropa, el coche...

- ¿Y por qué estás tanto tiempo fuera de casa? Ahora no estás en Londres, si no en Madrid. Estás muy cerca.

Aquello me dejó un poco fuera de lugar. Hacía unos meses estuve trabajando en Inglaterra, de lunes a viernes, y no veía a mi hija durante cinco días a la semana. Ahora estaba muy cerca, pero para ella, el resultado era el mismo. Por culpa del trabajo no me veía. Me extrañaba y me echaba mucho de menos.

A sus cuatro años, Nerea es un ser demasiado inteligente, o, quizás demasiado inocente de decirte sin pensar lo que piensa, y te transmite lo que es demasiado obvio.

Apenas tuve niñez. Tuve unos padres adictos al trabajo, con un negocio familiar. Mi madre hizo el sobreesfuerzo de ser trabajadora, esposa y madre al mismo tiempo. Nos procuró todo lo que necesitaba y mucho más. Y no era el único hijo. Otros tres cachorros sumaban cuatro a esa camada de críos que, inocentemente, van creciendo sin darse cuenta de que un día, de repente, son adultos y deben echar a volar.

Cada vez que recuerdo mi niñez me espanta recordar que apenas veía a mi padre, que apenas jugaba con él. Contadas son las ocasiones que le recuerdo ayudándome a hacer los deberes del colegio, o enseñarme lo que es la vida o disfrutar de su presencia y conocerle mejor. Ese desconocimiento de nuestras personas nos llevaron a una ruptura como padre e hijo, y, posteriormente, a un divorcio. Yo no le comprendía. Él no me comprendía. El me echaba la culpa de tantas cosas como yo se las echaba a él. Él no compartía mis anhelos, mis inquietudes ni mis ideas sobre cualquier cosa. No compartía mi forma de ver las cosas, ni de mi misión en esta vida. No me preparó, no me enseño, no me aconsejó. Y en ese cruce de recelos, frustraciones y culpas expiatorias, terminamos como enemigos y, lo que es peor, como olvidados.

Hoy me doy cuenta de lo que él ha pasado recorriendo el mismo camino que él recorrió. Cada uno toma sus decisiones en un momento determinado según sus circunstancias. Damos más importancia a ciertas cosas que a otras, y tenemos la oportunidad de equivocarnos o de acertar.

- ¡Papá! Te echo de menos. Quiero que estés aquí conmigo y con mamá, y que vayamos al parque a dar de comer a los patos.

Quiero contestarle, decirle algo para calmarla. Pero no puedo. Mi conciencia siente culpabilidad y tiene toda la razón del mundo.

En mi actual trabajo me estoy jugando mucho. Tengo dos partes enfrentadas por mí. Una que está a favor y otra que está en contra. Entre ellas hay directivos y gerentes que me apoyan, y también hay directivos y gerentes que quieren verme fuera. Estoy destinado en un nuevo proyecto en el que se han rebajado todas mis responsabilidades y me han sacado a campo. Es como ser capitán en el ejército y encontrarte sin medallas ni galones, con un fusil en la mano y en primera línea de fuego.

Estoy haciendo 11 horas y pico en el trabajo. Soy el primero que se va, y me miran como diciendo: "mira éste, ya nos deja". Pero los miro a la cara. Son todos muy jóvenes. Con novia o sin novia, con hipoteca o sin ella. No tienen ataduras para llegar a las 11 a casa, ni les importa echar horas porque no tienen a nadie esperándoles con una sonrisa y con un osito de peluche.

Llego a casa sobre las 9 y cuarto de la noche. Nerea ya ha cenado. Tengo el tiempo justo para ponerle su pijamita, darle un beso, un abrazo y recitarle nuestra oración de buenas noches: "Buenas noches, hasta mañana, que sueñes con los angelitos y con cositas bonitas como tú. Tururú". Después de ésto se marcha un poco triste a la cama, porque solo ha visto a su papá durante apenas quince minutos. Otras días está tan cansada que cuando llego ya se ha dormido. Como el otro día, que se durmió diez minutos antes, esperándome durante todo el día con mucha expectación para enseñarme un dibujo que hizo, en el que salíamos los tres como una familia feliz. Un triste retrato de lo que ella espera y de lo que realmente somos.

Dedico al trabajo más horas de las que están estipuladas por contrato y por convenio. Esas horas no son remuneradas, si no que las tienes que hacer porque sí. Porque si no las haces no eres parte de la empresa, vas en contra de tus compañeros, que sí se quedan y están sacando el trabajo por tí. Cuando te vas te miran como si fueras un traidor, o un egoísta, o un vago.

Soy trabajador, con más de 20 años a mis espaldas (la mayoría de estos no llevan ni cinco años trabajando). Además soy padre, una responsabilidad mucho más grande. La proporción de mi día es: once horas de trabajo y dos de viajes, dedicadas a mi trabajo. Y sólo un cuarto de hora al día como padre.

Puesto ésto último en la balanza creo que es obvio cuál es mi decisión.

Doy un beso a Nerea, le muestro una sonrisa sincera y desasogeda, no forzada como suelo hacer. La miro mientras cierra los ojos y se acurruca en la camita, abrazándose a su peluche. Apago la luz y comienzo a ver ese dibujo hecho realidad.

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