miércoles, junio 28, 2006

Atrévete a cambiar

Acabo de hablar por teléfono con mi buen amigo Angeliyo, un gran amigo, una gran persona, y todo un ejemplo de valores y de actitudes en la vida.

Fuimos compañeros de trabajo, hace cinco años. Por aquel entonces estábamos sufriendo los avatares de la explosión de la burbuja tecnológica, desarrollando proyectos en una gran entidad bancaria. Nos hicimos amigos y compartimos muchas cosas juntos, durante unos pocos pero intensos meses. Ambos terminamos nuestro proyecto y también una etapa laboral, ya que el despido nos arrojó a las fauces de un feroz e intransigente mundo en hambre tecnológica.

Nuestras vidas se separaron, pero un finísimo e invisible hilo unía nuestros corazones, a pesar del tiempo y de la distancia. Hace apenas un año, recibí, sorpresivamente, un SMS (mensaje por teléfono móvil) de Angeliyo, comunicándome el fallecimiento de su padre. Fui al tanatorio a compartir con él algunos minutos de mi amistad y de mi incondicional apoyo. Nuevamente, aquel hilo, como si de una esponja se tratara, volvió a absorber el líquido vital de nuestra amistad, haciéndose más grande y fuerte que antes.

Desde entonces y hasta hace casi un mes, hemos tenido contactos esporádicos y frecuentes. Durante todo este tiempo, Angeliyo sufrió no sólo una pérdida muy querida y notable, si no también la ruptura definitiva de su pareja de hace más de 10 años, aunque no su amistad. A este cuadro faltaba añadirle un poco más de tinta gris sobre la terrible forma de un paro implacable que le sumergió en una gran depresión durante casi dos años.

A finales del año pasado estuvo a punto de venirse conmigo a mi empresa, y emprender juntos la aventura de trabajar de nuevo juntos y en tierras inglesas. Pero una decisión de última hora evitó la firma del contrato, y Angeliyo se quedó en España con las ganas.

El subsidio por desempleo se terminó, y necesitaba a toda costa trabajar de nuevo. Y encontró trabajo en una consultora informática, dando al traste con sus sueños de libertad y de estar en Inglaterra o en Irlanda. Era un trabajo al fin y al cabo.

Aunque el proyecto y los compañeros le trataron bien, Angeliyo tenía una espina clavada en su corazón. Y durante todos estos años de trabajo en consultoría se alimentó en su alma una llama que le quemaba en lo más profundo de su ser. Aquel fuego le consumía, y sufría de modo exasperante. Y no es para menos, y todos los que trabajamos en una consultora lo sabemos. Este negocio es puro "body-shopping", es decir, eres un número, un ingreso, una cifra. Cuando te quedas sin proyecto (cosa muy habitual), te quedas fuera. No importa todos tus talentos, ni tu profesionalidad ni la gran persona que eres. Eres un simple número, que estando en un proyecto eres azul (positivo), y que fuera de un proyecto eres rojo (negativo).

Además, la política de este tipo de consultoras es totalmente inhumano. Apenas conoces a tus jefes superiores, a los que casi nunca ves. O a tus gerentes, que a lo mejor te llevan la nómina un día al mes, te preguntan qué tal, y se olvidan de ti. Además de este "apartheid", se sufre las iras del cliente, ya que trabajas en su casa, con su gente, en sus instalaciones y con sus equipos (ésto no siempre es así). Pero para él eres un intruso, que aunque le ayudes y le saques el trabajo, te mira como a un extraño, y encima te exige porque está pagando por ti.

No deseo enrollarme ni criticar el sistema de la consultoría informática. Simplemente quería plasmarlo en dos trazos generales para aquellos que no conocen este mundillo.

Angeliyo estaba sumido en una gran depresión y siempre echaba pestes por aquello y por lo otro. No veía nada bueno en lo que había a su alrededor. Las gafas por las que miraba el mundo estaban completamente sucias, y veía el mundo hediondo, sacando todos los defectos y no encontrando ninguna virtud ni beneficio. Se dejó llevar por la corriente de la autocompasión y, a modo defensivo, construyó muros infranqueables. Y como no veía más que suciedad, siguió atrapado en ese remolino sin caer en la cuenta de que debía limpiar esas gafas y ver todo en su estado natural, de manera objetiva, y como un mero espectador.

Entiendo a Angeliyo, que incluso hoy en día sigue opinando igual. Por su experiencia y los avatares que vivió, tiene miedo a montar en esa bicicleta, por si vuelve a caerse. La tira a un lado y piensa que es un objeto diabólico, que debe evitar a toda costa aunque le guste. En el fondo de su corazón siente una alegría inmensa cuando ve a otros niños montar felices en sus bicicletas.

Angeliyo consiguió un trabajo en León (a casi 350 kilómetros de Madrid), dejando todo cuanto tenía, incluyendo una casa, y emprender una nueva aventura, a comenzar de cero. Ahora es comercial en una empresa que se dedica a instalaciones de calefacción y aire acondicionado a nivel industrial.

Hablando con él he descubierto al niño alegre que había tras su carita triste y desgraciada. La llama del abatimiento y la pesada losa de la apatía han desaparecido por completo. Ahora es una persona eufórica, llena de vida, ilusionada y con muchas ideas, con muchos planes y con muchas ganas de vivir. En la casi media hora que le he tenido al teléfono no he tenido ocasión de decir apenas una palabra. Su excitación era increíble, su entusiasmo, su alegría, su dicha, su inspiración y su motivación. La vacía y seca copa estaba ahora rebosante.

Hace menos de un mes estaba en un extremo. Hoy está en el otro. Su vida ha cambiado a mejor, tras mucho tiempo de indecisiones y frustraciones. Ya no tenía nada qué perder y ahora lo tiene todo para ganar.

Si algo no funciona, si algo bloquea tu vida, si por más que lo intentas no hay forma de avanzar, lo mejor es plantearse un cambio hacia aquello que realmente aspiras y deseas para tu felicidad. No hay que tener miedo de las limitaciones ni de qué podrá ocurrir. Es mejor morir intentando ser libres que vivir sumidos en la cárcel de nuestra propia esclavitud.

Ahora, mientras escribo estás líneas, siento descender una lágrima por mi mejilla. Angeliyo está lejos y a lo mejor no le vuelvo a ver. Pero sé que ese invisible hilo no se ha roto y que algún día, en esta vida o en otra, ese hilo volverá a unirnos como nunca. Ahora soy feliz, porque Angeliyo es feliz.

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